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4 de marzo de 2013

HISTORIAS DETRAS DE UNA MÁQUINA DE COSER

Historias detrás de una máquina de coser
El oficio de las modistas se niega a desaparecer y cobra vigencia hoy.
Ellas siguen los gustos de sus clientas en materia de moda.
Muchas mujeres derivan su sustento de la confección sobre medida.



La primera máquina de coser que tuvo Luz Elena Ortega fue una Elgin Andina brasilera. Fue parte de su ajuar de casada porque como dijo su mamá: "es bueno tenerla por si algún día se ocurre un ruedo, y hay que ponerse a hacer algo porque uno no sabe que pueda pasar el día de mañana".

Luz Elena le agradece a su mamá esas palabras dichas hace 21 años porque a la costura le debe todo lo que tiene.

Aprendió a coser con sus hermanas y pronto fue necesario conseguir alguien que le ayudara porque no daba abasto para atender su clientela. Entonces le propuso a Elvia, que le ayudaba con los oficios de la casa, que aprendiera a coser. Poco después Elvia trajo a su sobrina Maryluz. Ambas se dedican todos los días, de lunes a viernes, a coser en las máquinas, mientras que Luz Elena se encarga del corte, la moldería y de atender a las clientas.

El oficio de modista le ha permitido a Luz Elena comprar su casa-taller del barrio Laureles, darle trabajo a dos personas y, cuando se separó de su esposo, hacerse cargo de todos los gasto, incluyendo la universidad de su hija, que hoy es arquitecta.

Cerca de 1000 clientas han pasado por la casa de Luz Elena. Para demostrarlo, saca un archivador donde guarda las fichas en orden alfabético. En un morrito de más o menos 100, está solo la A.

Nunca le ha faltado trabajo. Dice que es porque hay calidad en lo que hace. "Es un trabajo que no se hace a las carreras, hay que llevarle el gusto y los caprichos de la gente", afirma.

Cree que el oficio de las modistas no se va a acabar porque siempre habrá personas que necesiten ropa a la medida, que se ajuste a su cuerpo o a su gusto y que no encuentran en los almacenes.

La modista de Trianón
En otro extremo de la ciudad, detrás de la iglesia del barrio Trianón en Envigado, un letrero que dice modistería en letras negras da la bienvenida al pequeño taller de Angela María Acevedo.

Angela la modista, es como la conocen en el barrio, se dedicó durante tres meses seguidos a aprender modistería con una amiga hace 27 años. Empezó con una máquina "muy sencillita, ni siquiera hacía ojales", recuerda.

Trabajaba de día en fábricas de confecciones y en las noches se sentaba en la máquina.

Pronto se dio cuenta de que era más rentable dedicarse de lleno a la modistería.

Hoy pasa ocho horas diarias al frente de la Singer. Claro que si la clienta necesita algo con urgencia y lo deja pago, Angela se trasnocha y se lo tiene listo para el día siguiente.

Las ganancias de su trabajo ayudan a costear los gastos de la casa donde vive con su esposo, que trabaja en una compraventa, y Sara, su hija de ocho años. Dice que se ha hecho sola. No ha renunciado a su sueño de ser diseñadora de modas. Sus clientas, que vienen de toda la ciudad, son fieles porque les ofrece calidad, cumplimiento y buenos figurines.

Al igual que Angela y Luz Elena, muchas mujeres han levantado sus hogares en medio del sonido de las máquinas de coser, las mismas que se resisten a desaparecer de los pequeños talleres de las modistas.









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