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29 de abril de 2013

EN CLASE NO PARAMOS......






























DISEÑADORES . MARCELLE GUILLET, la modista de las 1500 flores

DISEÑADORES Marcelle Guillet, la modista de las 1.500 flores

Marcelle Guillet evoca con pasión el legado de las tres generaciones de artesanos que la precedieron en este mundo de la delicadeza
En vísperas de los desfiles de alta costura en las pasarelas de París, las 24 petites mains (costureras) del taller de Marcelle Guillet, heredera de una dinastía de artesanos, van haciendo surgir las flores de seda o de organza que adornarán las próximas colecciones de Christian Lacroix o Chanel.
Es en este taller parisino, a dos pasos de la plaza de la Bastilla, que nacen las orquídeas, rosas y libélulas que engalanarán la solapa de un traje sastre, los volantes de un vestido o el ala de un sombrero.
Marcelle Guillet, «maestra artesana» que ha realizado más de 1.500 modelos desde su debut en la profesión, evoca con pasión el legado de las tres generaciones de artesanos que la precedieron en este mundo de la delicadeza.
La casa fue fundada por la bisabuela de Marcelle, que habiéndose quedado viuda y con un hijo de siete años a su cargo, se trasladó en 1896 de su Nantes natal a París y creó un taller de bordado y de fabricación de flores de tela, una pericia heredada de la tradición popular bretona.
«Mi abuelo André comprendió siendo muy joven el provecho que podía sacarle a un oficio artesanal tan poco extendido. De hojas de roble a hojas de acanto, «cargamentos enteros de sus creaciones se exportaban cada año hacia América Latina para decorar las iglesias barrocas».
De 30 obreras en 1914, el taller Guillet pasó a tener un centenar después de la Primera Guerra Mundial. A su vez, Marcel, hijo de André y padre de Marcelle, abrazó el oficio con pasión. Durante la Segunda Guerra Mundial, fue quien creó una composición que pasó a ser célebre, «aciano, margarita, amapola», que reúne los colores de la bandera francesa y que fue símbolo de resistencia en la Francia ocupada.
«Después, mi padre se convirtió en un gran decorador, adornó con una cinta de rosas la Columna de la plaza Vendôme, decoró las vitrinas de Dior, de la perfumería Caron, de las casas Hermès o Gucci», recuerda Marcelle.
«Viví en un ambiente privilegiado, pero mis padres eran severos y querían que aprendiera el valor de las cosas. Empecé muy joven a dibujar, a pintar, a estarcir. A los 13 años, ganaba ya mi dinerito realizando mis primeras flores».
«El problema era hacerme mi propio nombre al lado de un padre célebre. Yo quería que él me admirara un poco. Él me hizo entrar en el oficio y yo necesitaba distinguirme de él», cuenta.
«Fue así como, tras 15 años de aprendizaje, me dediqué a los accesorios de moda. Era un sector a ocupar, y yo quería ser la mejor en mi campo». «Diseñé mis primeros modelos y tuve la suerte de poder trabajar rápidamente con Angelo Tarlazzi, Christian Lacroix, Louis Féraud, Givenchy, Balenciaga, Yves Saint-Laurent y Chanel. Todos ellos me ayudaron a progresar», agrega.
Eso fue hace 25 años. Hoy, Marcelle, casada con un decorador y madre de tres hijos, dirige un taller del que cada semana salen entre 500 y 700 flores de seda, muselina, organza y tweed bordado que aportan al mundo de la moda «ese algo más, de sueño, de elegancia, de feminidad...»

 


 

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